lunes, 10 de diciembre de 2012

PAISAJE IDÍLICO

  Amanece.
  La luna se va retirando con su carita somnolienta, con ella se va la cortina estrellada del manto de la noche.
  Allá en el horizonte, donde el cielo besa a la tierra, el sol muestra su rostro luminoso. Disco dorado, luz de luz, calor abrasador. Se va elevando majestuoso, imponente, amo del cielo.
  El día va disipando la neblina, mostrando un paisaje de ensueño, idílico, romántico.
  Por el este se puede oir el arrullo de un arroyo, de aguas cantarinas, transparentes, frescas.
  En él puede verse, una bandada de gorriones que empiezan el día lavando sus abrigos marrones, esponjosos. Gorjean, alborotan, rompiendo el silencio de la mañana.
  Entre los juncos de la orilla, un saltamontes atolondrado, hipnotizado, los observa. Envidia las alas de esas criaturas. El sueña con poder volar.
  A su lado, una enorme roca obliga a las aguas claras del arroyo a cambiar su curso. Lleva allí desde el principio de los tiempos. En ella habitan pequeños organismos, usándola como cobijo.
  Una araña teje su trampa de seda, esperando atrapar el almuerzo del mediodía.
  En aquel lado de la orilla, puede verse un campo de trigo. Espigas que se estiran para tocar el cielo. La brisa las acaricia, les susurra entre sus granos: “En pan te convertirás”.
  A este lado de las aguas, entre la hierba fresca, bañada por el rocío de la madrugada, estalla un arcoíris de color.
  Blanco de las campanillas, que perezosas van abriéndose al día.
  Amarillo de las margaritas que, provocadoras llaman a las abejas, tentándolas con su rico polen.
  Rojo aterciopelado de las amapolas que, solitarias se dejan mecer por el viento.
  Verde de la hierba que forma un manto que todo lo cubre.
  Al oeste, un bosquecillo muestra el poderío de su arboleda, robles altos, fuertes, de ramas largas que desafían al cielo, al tiempo, al paso de las estaciones.
  Y en medio de todo este esplendor, un camino, largo, polvoriento. Que se estira hasta el infinito, perdiéndose en el horizonte.
  Es el mismo camino que te vió marchar, el que seguiste cuando me dijiste adiós.
  Y es el mismo sendero que ahora sigo yo, tras las huellas, que como cicatrices dejaste marcadas en el suelo polvoriento. Con la esperanza puesta, de que te encontraré. Y desde el otro lado del horizonte nuestras vidas se unirán de nuevo.

  Loli Montserrat

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